Ahora la noche es un callado bosque.
Tú te alzas sobre mí y me superas
con el ardor incombustible de la sangre,
deslizas tus manos entre mi cintura y buscas mi sexo,
sin sobresaltos, sabiendo que la hora se eterniza
como en un viaje a lo largo de una tarde de verano.
Con el latido de nuestra piel
el sudor es un mero pasajero más,
el vehículo que nos trae y nos lleva
en esta cadencia loca,
donde se queman las naves del deseo
en el mismo instante en que somos océano
y tu boca se hace dueña de la mía.
Vendrán las palabras después de los gemidos
tras un largo paréntesis de sábanas,
y al final entre los cuerpos
la fugacidad de un silencio,
compartiendo el bosque y su huida.
f.