Nosotros que vivimos para irnos…
Laura Casielles
Y ese acoso sin límites, trazando todas las líneas del deseo, cubriendo las palabras con el fluir de la respiración, todo lo que en silencio rompe un gemido tuyo y se abre como un tesoro de oriente entre las manos del otro, los dos como dunas móviles, mareas que escuchamos en las caracolas de la infancia, relámpagos que llevan tu nombre, fuego en el viento y en la noche oscura y fría como un diamante negro.
Callada, sin tacha, mientras habitas todo tu ser tenso y encimado al quehacer de pequeños dioses, sin derrumbarte más que en el otro cuerpo, entero, desnudo, quebrado en un murmullo por todos los rincones donde se deja una caricia, el roce inesperado, muriendo sin saber cómo sopesar tanta humedad que te trae la otra boca, cuando presientes que el amanecer dejará rastros de invierno en los cristales de tu ventana y tú, sudorosa y temblando todavía entre las sábanas, sentirás las marcas del paso de un ángel en tu piel y en tu corazón.
F.
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