Me dirás de la sal, de la flecha que no cesa, de la noche envuelta en noche como una lágrima envuelve la vida. Me habré de ir despacio como lo que duele, esos pasillos largos de invierno y ecos de infancia, sin respuestas, sin murmullos, solo el húmedo recorrido de una respiración que reconoces. No hay promesas, solo maldigo esta letanía de tu cuerpo que me trae el viento, el aroma de tu calor, ese tejer e imbricarnos como un cesto que recoge el agua y va dejando a su paso todo lo que se pierde en el deseo. Después solo te quedarán las manos tiznadas de mí, un duro tránsito de palabras cruzadas, como el quehacer de los enebros, y una ausencia entre los pájaros que te cantan.
F.
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