Abría las manos y en ellas quedabas tú, en la longitud exacta de tu cuerpo desde tus pies pequeños hasta tus ojos, un campo de oquedades y recovecos en medio del silencio que remarcaba tu respiración, mientras mis dedos, lentamente y en la oscuridad de la noche, se adueñaban del sonido gutural que como un murmullo salía de tu boca.
F.
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