Yo recorro tu cuerpo como un eco profundo,
un hacer de ciegos
que tiene la sed de ti envolviendo su deseo.
Soy la lumbre, el relámpago
que trae la tormenta y humedece el aire.
Soy el aguacero que deja la calma
tras su paso violento.
El silencio armado de luz y de palabra
que llega a ti y se hace viento altano y marea.
Y me alzo a menudo nombrándote,
sencillo alfarero,
que en tu tierra fértil…
húmeda, caliente,
eleva un salmo
y trae con sus manos y su boca
el milagro de florecer
en pleno invierno,
dejando en tu piel
amapolas a mi paso.