¿Qué simetría guarda un deseo con el de otro,
cuando la noche se hace de las manos del mundo
e incesante teje todas las conjugaciones de los verbos?
¿Qué surge en el quehacer animal, cuando respiras la savia,
el flujo de la lluvia, o bailas la danza que indomable nos habita
y la boca arde entre las anillas golosas de las ingles,
y los labios buscan beber el sudor de las axilas,
desarmando el escalofrío de los brazos?
Cuando se da esta unión, un cuerpo se calcina con otro.
Nunca la sed tuvo más septiembres,
ni el hambre cruzó tantos estrechos
sin fuerzas por los últimos días de verano,
los que empapan de aceite y de miel el vuelo de los pájaros.
Solo nos quedan
los símbolos derramados de la verdad
en medio de un oscuro amanecer.
F.
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