Resbaló el péndulo. Las horas no eran nuestras, sino de nuestros cuerpos y enhebré caricias a cada latido de tu corazón. Supe desembalar una a una todas las pequeñas preguntas que me hacías, alcanzarte desde la premura, cuando cerrando los ojos te levantabas sobre tu espalda y tus muslos se movían a oleadas dulces de un océano interior que nos hizo naufragar a los dos.
f.
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