¿Qué queda del después?, sin saberlo preguntamos al cuerpo su ansia deshecha en el otro cuerpo y oímos un murmullo de bosque, un quehacer de hormigas cortando las hojas, el vaivén de su paso todavía vivo entre los muslos y la cadencia vertebrada de fuego de la última marea.
Nadie es ahora nadie, somos luz en la oscuridad, casi dos cuerpos agónicos, mientras mueves el mundo con tus caderas y yo hundo hasta el fondo de ti todo lo que la vida me pide darte.
Mis manos sostendrán el tiempo, la lluvia, el viento y sus tormentas… tú, abrirás las esquinas de tu cuerpo para que me haga un atlas privado para los dos, con todas tus islas escondidas, donde poder guarecer cada uno de mis gemidos.